jueves, 20 de marzo de 2008

SALA DE ESPERA

Abogado peruano. Sus tesis de Licenciatura (1998) y Maestría (2003) en la Pontificia Universidad Católica del Perú obtuvieron el grado de sobresaliente. También es Master en Derecho por la Universidad Tor Vergata de Roma- Italia (2006).

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Sala de espera
En ese momento lo único que parecía tener algún movimiento eran unas pequeñas gotas de lluvia que perezosamente se deslizaban sobre la ventana. El reloj aún no se atrevía a dar las doce.
Sabiendo que el ángel de la muerte podría equivocarse, ¿no es peligroso estar en un hospital a la medianoche por alguien que no nos importa? Le desagradaban los hospitales. Su madre murió mientras le daba a luz.
Ahora no tenía otra cosa que muchos años a cuestas y un viejo microbús. Todas sus relaciones eran superficiales y al precio convenido.
También una botella de cerveza es buena compañía. Así como a los muertos no se les desentierra, conviene olvidar ciertas cosas para continuar viviendo o intentar vivir y la cerveza ayuda mucho.
Por culpa de ese irresponsable no tenían derecho a quitarle el micro. Si no hubiera aceptado a Robert no tendría problemas, pero ¿qué se podía hacer si era el hijo del jefe del sindicato? Yo le decía que no metiera la mano a las germitas, al toque te cuadran.
En el pasadizo no había un sólo rostro amigable, sólo encontró su rostro reflejado en la ventana salpicada de lluvia. Y no le gustó.
Robert tenía más suerte con la carne fresca que él a la misma edad, incluso tuvo que dejar a su conviviente cuando ésta sospechó que hizo abortar a una colegiala.
Si era territorio pisado por Atila, ¿qué lo llevó a María Jesús? ¿Alguna secreta revancha? Ella necesitaba dinero y él no estaba seguro de lo que necesitaba.
Cuando Robert lo supo, le felicitó e incluso recomendó qué hacer. Tío, yo te lo digo por si acaso necesitas acordarte. Con esa frase consiguió lo que quería. Esa noche, falló.
Mi error fue que no lo paré a tiempo. Aún recuerdo lo que le hacía a la chivola. Ella era una rica tramposa, pero Robert era un enfermo. ¿A cuántas no las pasó por el blando..?, alguna vez algo tenía que pasar, y justo fue con las terrucas. Estábamos en el Parque Universitario y suben esas dos con su cara de yo no fui, pude ver por el espejo que la policía nos seguía, "alguna coima", pensé; intrigado, volteo y me fijo en el brillo de la pistola que tenía una de ellas en su mochila. Y Robert se acerca a afanarlas. Cuando la policía llegó, ellas dispararon contra todos y el que llevó ventaja en el reparto fue Robert. Como se desesperaron ni me dijeron que arrancara y la policía las desarmó. Ahora estoy aquí, con el micro lleno de balas y en la comisaría, Valentín Lafock quiere botarme y Robert está frío.
Caminó sin atender a nada, se sentó en la única banca del pasadizo y cerró los ojos. El ángel de la muerte pasó. El sueño contenido le cayó encima y lo último que vio es que no era medianoche aún. Sintió en la oscuridad que caía en algo parecido a un precipicio. Debía salir del hospital y encontrarse con María Jesús. Con Robert fuera del mapa, poco importa el que dirán. Cuando abrió los ojos estaba sobre una cama, viendo unos aparatos sin sentido que le impedían moverse. Vio entrar al cuarto un doctor, a María Jesús, ¿qué hace aquí..? y ¡a Robert! Las cosas habían dado un vuelco extraño. Y antes que el sopor le ganara de nuevo pensó si al ángel de la muerte o a cupido les importaba siquiera un poco el amor de verdad.
—¿Cuándo fue, doctor?
—No hace mucho. Justo a medianoche.
—Es una pena. ¿No, María Jesús?
—Quisiera saber si puede hacerse algo, doctor.
—Me temo que el estado de coma en que se encuentra no tiene solución. ¿Tiene familia o alguien responsable que quiera mantenerlo con vida?
—Sólo a mí. ¿Podría dejarme tiempo para pensarlo?
—Está en su derecho.
Fuera del hospital, Robert explicó a María Jesús cómo cerca del Parque Universitario subieron dos jovencitas con pinta de universitarias, que al verse perseguidas por la policía se pusieron nerviosas y a una de ellas se le escapó un tiro.
—¡Qué horror!
—Ya pasó.
Robert le dio un beso ligero en la nuca, casi como un soplo, como antes lo hacía. Viendo cómo ella permanecía quieta, con voz prometedora susurró pellizcando su cintura: "Vámonos".
Ella, fingiendo preocupación, le dijo si acaso no será posible él pueda sentir algo. Robert con voz triunfante respondió que eso no era importante y le pellizcó la cintura de nuevo.
Entonces, con toda la prisa que el deseo puede dar, María Jesús aceptó extraviarse con Robert por las agripadas aceras.

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